EROTISMO

Publicado el 3 de Abril de 2020 por Angel en Críticas | Lo que dicen de mí

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erotismo.

(Del gr. ἔρως, ἔρωτος, amor, e -ismo).

 

1. m. Amor sensual.

2. m. Carácter de lo que excita el amor sensual.

3. m. Exaltación del amor físico en el arte. 

 

Los trabajos tienen su idealismo, y la retina los disfruta. Así, podemos nombrar el desnudo que presenta el fotógrafo Ángel Fernández Saura, que, a lo que nos parece, a punto estuvo de caer en lo erótico, y que sin embargo, la tensión y dramatismo que introduce en la obra, finalmente, lo alejan de esa línea. Obra de buen gusto que lleva a pensar en lo atrás que quedó el último Picabia, por ejemplo. Ahora, por lo que vemos, las maneras de crear están más sosegadas. Se diría que las transgresiones poéticas del pasado -contenidas en movimientos como el dadaísmo, surrealismo y otros- han sido parcialmente asimiladas. Ni tan siquiera ARCO perturba en este sentido. Como la muestra de que tratamos propone reflexión, pienso que habría sido interesante asistir a esas reuniones donde poetas y artistas -a los que arrestaban por desorden público- manifestaban que un vocabulario del arte nuevo iba a cambiar, no solo la percepción del mundo, sino también de la vida cotidiana. Utopías en parte logradas, y lenguaje que aún es característico del arte, como se ve en las salas dedicadas a la promoción del arte actual.

Por Antonia Bocero, escritora

LA FUERZA CROMÁTICA DE ÁNGEL F. SAURA

Publicado el 27 de Noviembre de 2019 por Angel en Lo que dicen de mí

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Acercarnos a la obra de Ángel F. Saura (Murcia, 1953) supone descubrir la verdadera imagen de una realidad existente y que su autor ha querido fragmentar. Y es precisamente esa acotación consciente la que enriquece su obra hasta límites insospechados. Ángel F. Saura se convierte así en un creador de lo creado, transformando los principios que originan las imágenes en su génesis y elevando a categoría de arte cuantos elementos cotidianos intervienen en su posterior desarrollo creativo. Utilizando la tecnología digital nos seduce con claros estallidos de luz y color. Cada parte es un todo. Sus fotografías son un tratado de la cotidianidad, de lo cercano no aprehendido, del pensamiento y la reflexión serena. Todo un compendio de sabiduría y oficio.

En cada obra nos descubre su propia complicidad con la vida, con las cosas pequeñas, con los detalles nimios pero impactantes. Nos sugiere nuevas formas de mirar y aprender. Su mirada es la nuestra, pero desde el otro lado. Él está en la otra orilla viviendo y desviviéndose por todo lo que le rodea. Componiendo, a partir de las miles o millones de partículas que conforman el cosmos, un nuevo cosmos, un planeta distinto, más humano.

Las texturas, el color o la luz, los diferentes matices que encierran cada una de sus fotografías sacuden al espectador con una fuerza indescriptible. Quien haya tenido la oportunidad de acercarse a la obra de Ángel F. Saura podrá comprobar y constatar el creciente aleteo de las formas y de sus elementos cromáticos. Nadie queda impasible. Es como mirar al mar que sutilmente ondula sus aguas hasta devolvernos la calma deseada.

 Jose A. Castano

https://elolivardelaluna.wordpress.com/2008/02/17/la-fuerza-cromatica-de-angel-f-saura/ 

PEPE MARCOS: ESCULTOR Y TORERO

Publicado el 2 de Noviembre de 2015 por Angel en Recuerdos

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Los que hemos conocido al maestro, sabemos muy bien como era.

Sin cerrar los ojos podemos verlo, a lomos de su moto, vestido siempre en tonos claros, sin faltarle el chaleco y su lazo rojo y con su pelo blanco, largo y lacio que le daba ese aspecto de ‘guiri’ que destacaba en la plaza.

Pepito Marcos, escultor y torero; así le gustaba presentarse. Y es que salía a la vida como se sale a un ruedo, solo, altanero, con gallardía y gustando de la exhibición, sobre todo cuando en las noches toreras desplegaba todo su repertorio y aunque obtenía resultados variables, según como conectara con el respetable; el acuerdo era unánime Pepe Marcos era un ‘figura’.

Los que hemos conocido al maestro, también sabemos que por encima del personaje, de sus fulgurantes y estelares salidas al ruedo, estaba la persona, González Marcos el escultor.

Entró con diez años en un obrador, barriendo las virutas de madera del desbastado de las imágenes y salió con veinticinco, armado con las destrezas y misterios de un oficio ancestral. Unos conocimientos que indudablemente incrementó a lo largo de su vida de entrega y pasión por la escultura.

Sí, fue un enamorado del oficio, por el que sentía un sacrosanto respeto. Verlo trabajar era todo un espectáculo de aplomo, dominio y serenidad. Sometía la materia sin esfuerzo, como un arcano taumaturgo de insondable y enigmática sabiduría, orquestaba con elegantes ademanes los diferentes procesos: los certeros golpes de la gubia en la madera o el puntero en el mármol y la piedra, la justeza de proporción y medida en la suma del modelado, o la caída precisa y exacta de la densa escayola volteada sobre el húmedo barro y sobre todo ello, el bronce, pura alquimia de cera fuego y metal. Sumido en una suerte de ‘fiebre del bronce’, que le obsesionó toda su vida, preparaba caldos de fulgurante metal, los vertía por venas y arterias de conos y bebederos, retando al tiempo para conseguir la eternidad.

El magisterio lo ejercía casi a diario, aconsejando y resolviendo los problemas de técnica que se presentaban a compañeros y aficionados; pero donde lo canalizó fue en la escuela de artes y oficios en la que impartió sus clases y por las que sintió hasta el final de sus días un amor sin reservas. Probablemente, la tardía consecución del título de maestro de taller y su inserción en la actividad docente supuso para él, el retorno y la compensación de la ruptura común, pero no por ello menos brutal, con su formación intelectual de la que fue apartado siendo aún un niño y por ello para Pepe, la escuela se erigió en su conexión más fluida con la sociedad. Fue un gran maestro de taller y sus alumnos, incipientes aprendices, quedaban cautivados y lo veneraban valorando también en él la singularidad de su personalidad única e inconfundible.

Pero la clave para entender el riguroso dominio de la técnica de González Marcos, estriba en la razón última y a la vez primera de su existencia: la creación de su obra escultórica.

El respeto, el pundonor como a el le gustaba llamarlo, le condujo a la exclusividad de sus manos en la consecución de su obra.

Sentía pasión por sus piezas, sus desnudos de mujer, atesorados a lo largo de su vida, no podían ser manoseados por cualquiera que no supiera acariciar como el lo hacía. Tampoco era amigo de gratificadoras o fáciles ventas, prefiriendo literalmente pasar hambre, que vender una escultura a algún regateador y prepotente cliente. Ahora bien, si vislumbraba en ti el destello del hechizo, ejercido por su obra, la cosa cambiaba y hasta podía regalártela sin mediar trato.

Era imprevisible…  en eso y en todo.

Enemigo a ultranza de normas, de horarios y hasta de lógica, su personalísimo compromiso vital lo condujo paulatinamente a un lento pero inexorable aislamiento que lo transformo en la singularidad del artista que fue.

Porque por encima de todo y sobre todo fue eso, un artista, un grandísimo escultor, que desde la encrucijada formada por la tierra en que nació, Murcia, y lo idearios estéticos en los que creció, el clasicismo mediterráneo de González Moreno; desarrolló un lenguaje único, personal, diferenciador y de una calidad innegable.

Una obra alejada de alambicados procesos intelectuales, pero íntima y profundamente sentida.

Una obra cercana y comprensible por todos, los neófitos y los entendidos, pero no por ello fútil o vacío. Sus desnudos, a veces delicados, otras rotundos, melancólicos o voluptuosos, siempre sensuales y sensibles, están creados para el tacto y la contemplación y son hechizantes, cualidad intrínseca y esencial en una obra de arte.

En esta exposición antológica de su escultura, podemos contemplar ese trabajo callado, silencioso, sin tiempo y sin medida. Trabajo de entrega generosa, de amor a lo bien hecho. Trabajo secreto y privado, oculto para casi todos. Un testamento vital, que hoy es un legado que nos pertenece, y nos desvía la mirada de nuevo hacia la eterna belleza.

Por todo ello y por siempre… gracias Maestro.

Lola Arcas